El terrario se diseña como un sistema autosustentable y sellado, donde plantas, microorganismos y cenizas coexisten en equilibrio. Dentro de este ecosistema, la humedad se recicla continuamente a través de la condensación y la evaporación, replicando el ciclo del agua en la naturaleza. Este ambiente cerrado elimina la necesidad de riego y mantenimiento frecuente.
Las cenizas humanas o de mascotas se incorporan al sustrato del terrario. Estas contienen minerales como calcio, fósforo y potasio, que se convierten en nutrientes para las plantas. Aunque no son fertilizantes en sí mismas, las cenizas aportan elementos esenciales que enriquecen el suelo y favorecen el crecimiento saludable de la vegetación.
Las plantas dentro del terrario realizan la fotosíntesis, produciendo oxígeno y absorbiendo dióxido de carbono. Al mismo tiempo, los microorganismos, como bacterias y colembolos, descomponen materia orgánica en el suelo, liberando nutrientes que las plantas pueden aprovechar. Este proceso natural asegura un ciclo continuo de vida dentro del terrario.
El diseño hermético del terrario permite que el sistema se autorregule. La luz ambiental alimenta el proceso de fotosíntesis, mientras que la humedad generada por las plantas se condensa en las paredes del vidrio, volviendo al suelo como «lluvia». Este ciclo cerrado mantiene el terrario en equilibrio sin intervención externa.
El terrario eterno actúa como un espacio conmemorativo donde las cenizas no solo se preservan, sino que contribuyen activamente a un ciclo de vida. Este sistema cerrado está diseñado para durar años, con un mantenimiento mínimo, siempre y cuando se sigan simples indicaciones como evitar el sol directo y no abrir el recipiente.
